Tengo que confesar que ayer no me tomé la leche y las galletas a su hora.
Esto fue causado por una cena de ex-compañeros de trabajo que provocó dos efectos. El primero que hoy no tenga las neuronas trabajando al 100%, y el segundo, que me hayan vuelto a la memoria algunas anécdotas de la época.
El trabajo en cuestión, del que prefiero no dar demasiados datos por motivos personales, incluía entre otras funciones dar unas nociones de seguridad vial a chavales de edades diversas, desde esos que son muy pequeñitos y muy graciosos, hasta los que tienen la capacidad de darte una paliza si lo consideran necesario. Y si, fue una etapa muy divertida de mi vida.
Tratábamos de adaptar la clase a la edad de los chavales, así que la clase de los pequeños solía ser más suave, pero la de los mayores se hacía un poquito más cruda por motivos de seguridad. Más nuestra seguridad que la de ellos, la verdad, porque la clase luego tenía una parte práctica en la que podían coger un ciclomotor y temíamos por las consecuencias.
La técnica utilizada por el antiguo encargado de monitores para recalcar la importancia del uso del casco era contar un accidente que él mismo tuvo, y que a pesar de llevar casco le mandó un año a una silla de ruedas. Eso le servia para apuntar las consecuencias que hubiera tenido de no haber llevado un buen casco.
Como él era el encargado de formar a cada nuevo monitor que entraba, esta costumbre pasaba, digámoslo así, de padres a hijos, si bien es cierto que con distintos grados de crudeza según el estilo de cada monitor.
Pues bien, ocurrió que yo, que no era partidario de ser especialmente sangriento en mis clases, fui el responsable involuntario de una de los episodios más escalofriantes.
Sucedió que el encargado fue despedido fulminantemente ante la sorpresa de todos y esto provocó un ligero revuelo en la empresa. Tengo que decir que en mi caso estaba ligeramente conmocionado no tanto por el hecho de que fuera despedido, que no voy a entrar a valorar aquí, como por lo inesperado del evento. El caso es que cuando, en un grupo que no era especialmente conflictivo (se cargaban mucho más las tintas cuando se veía venir que el grupo iba a ser peligroso) me puse a contar la historia del accidente, lo hice de la siguiente manera:
-Para que veais la importancia de llevar el casco os voy a contar el accidente que tuvo un compañero de trabajo... -y en este momento hice una pausa mientras me recordaba a mi mismo que ya no se trataba de un compañero de trabajo, así que a fin de no faltar a la verdad añadí:
-...que ya no se encuentra entre nosotros.
Con lo que, completamente ajeno al sentido de lo que acababa de decir, me dispuse a continuar... hasta que ví que absolutamente toda la clase contenía el aliento horrorizada, mientras que mis compañeros estaban al final del aula mirándome desencajados, no sé si por el horror o tratando de contener un ataque de risa.
En ese momento debo reconocer que me detuve un segundo para disfrutar la situación, para luego añadir:
-que ya no trabaja aquí, quiero decir -con lo que estalló una carcajada general de alivio- ¿qué habíais entendido?
Esto me enseñó dos cosas. La primera es que en ocasiones un susto puede provocar una carcajada. La segunda es que las historias impresionan mucho más cuando te las cuentan de primera mano (aunque no hayan pasado como te las cuentan).
Así que ya sabéis, si vais en moto poneros casco. No os vaya a pasar como a mi ex-compañero... y os despidan del trabajo.
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