Conducir en coche es algo que nos prohibirán de forma inevitable, y será por lo que yo llamo "el síndrome del ascensor". Y me voy a explicar.
El ser humano es un ser social pero con un punto de depredador. Algo a medio camino entre una oveja y un tigre. Podría decir que el ejemplo ideal sería un lobo, pero esto ya lo hizo Hobbes (el filósofo, no el tigre de peluche), y no me da la gana tener que pagarle derechos (ya sé que todo el mundo piensa que fue Nietzsche, pero da igual, porque tampoco fue Hobbes, que Plauto lo dijo mucho antes). Lo que sea.
Por algún motivo*, a la especie humana le viene bien lo de unirse en grupos, pero no con cualquiera. Es por eso que inventamos el 'nosotros' y el 'ellos'. 'Nosotros' son los de mi grupo, los que hacemos las cosas como yo (es decir, de manera correcta). Los que me caen bien, los que van en mi equipo.
*y sospecho que es para enfrentarse a otros grupos.
Es por esto que en distancias cortas, vence el gregarismo (que suena a palabra que me acabo de inventar, pero no*). Cuanto entramos en un ascensor, somos educados con los desconocidos. Nos saludamos al entrar y al salir. Esto es algo que me fascina. Hay que ser de un pueblo muy pequeño para saludar cuando entras a un bar. En la ciudad pasamos al lado de gente todo el rato sin saludarnos ¿Os imagináis saludar a todo el mundo en el metro? No se hace, porque a todas esa gente no la conocemos, ni ganas. Pero de repente subimos a un ascensor, saludamos y hasta preguntamos al otro a qué piso va para marcárselo. Somos supereducados en los ascensores. ¿Esto es porque nos sale la bondad natural en espacios cerrados? En realidad no: es por miedo. Es porque en un ascensor estamos atrapados con otro que no conocemos y tememos que pueda matarnos. Y mucho espacio para huir, no hay.
*Lo sé porque lo he mirado, que yo tampoco me fiaba.
Tú a un ascensor puedes subir con uno que va disfrazado con una túnica negra y lleva una guadaña goteando sangre, y es que ni pestañeas. Le saludas educadamente y te separas todo lo más que puedas lo mismo que con cualquiera (está estudiada la disposición de desconocidos en ascensores, y siempre es respetando la máxima separación, fijaos y veréis que es así). Como mucho, si vas con alguien a quien conoces, le haces un gesto como de "menuda pinta rara" sin que te vea, pero nada más. Los ascensores son un lugar donde cualquier enfrentamiento sería potencialmente letal, por lo que extremamos la educación, que es el material con el que se engrasan las relaciones sociales. Y si alguna vez os encontráis a alguien que es maleducado en un ascensor, huid. Seguramente sea de los pocos capaces de manejar de forma solvente una katana en un espacio minúsculo, o tiene un revólver y es muy rápido desenfundando (en caso contrario, es imbécil y sigue siendo recomendable huir: nunca es buena idea estar demasiado cerca de un imbécil).
¿Cual es el contexto totalmente opuesto a un ascensor? Obviamente, un coche. Y no sólo por que se mueve lateral en lugar de verticalmente, sino porque es un espacio reducido en el que nos encontramos totalmente seguros de los demás. Es una madriguera blindada de mil quinientos kilos en los que nuestro cerebro de mamífero diminuto se siente como si fuera un tiranosaurio rex. Tenemos fuerza, resistencia y velocidad, y si quisiéramos podríamos estamparnos contra lo que sea sólo para demostrar nuestro poder (lo único por lo que no lo hacemos es porque sería carísimo).
Es por eso que la gente es tan profundamente maleducada cuando va en coche. Nos posee la adrenalina y nos sentimos como tiburones rodeados de agua con olor a sangre (sí, los tiburones huelen las cosas debajo del agua; ya sé que suena raro, pero es así). Si alguien osa meterse en nuestro carril, aunque lo veamos y nos dé tiempo a reducir, le pitamos porque nos parece que ese territorio era ya nuestro. Y no le lanzamos misiles, porque los coches actuales no llevan, que si no, también (algunas marcas lo intentaron en los 60, pero encarecía muchísimo el producto final; eso por no mencionar que el seguro subía un montón). Si alguien conduce muy deprisa o despacio nos molesta. Porque sólo hay una manera correcta de conducir, y es como lo hacemos nosotros en este momento (que no todo el rato vamos igual. Una reflexión ¿qué sentido tiene ir deprisa para llegar al trabajo? Si de verdad nos preocupara tanto la puntualidad, nos levantaríamos antes ¿no? Es decir, nos preocupa como para jugarnos la vida en la carretera, pero no lo suficiente como para perder diez minutos de sueño. Mucho sentido no parece que tenga).
Es por esto que tantas parejas discuten al volante, especialmente si los dos son conductores. Ser copiloto es muy difícil, porque sentimos que nos quitan el poder. Ese pequeño mamífero que sentía que manejaba un tiranosauro, de repente ha pasado a ser un piojo agarrado a su cabeza, y eso no es agradable. Es como ir montado en un toro mecánico que se mueve sin control. Por eso se dedica a criticar cada maniobra ("vas muy deprisa/vas muy despacio/por allí se llegaba antes/cambia de marcha/no deberías circular por el carril bici/creo que has pasado por encima de esa vieja/etc."). Y es por esto que en cuanto la tecnología lo permita, es inevitable que la conducción se automatice totalmente.
¿Será esto mejor? Pues la verdad, no sé. Yo he leído mucha ciencia ficción y confiaba plenamente en el desarrollo de la tecnología (o mejor dicho, confiaba que los científicos hubieran visto las mismas películas en las que los robots se vuelven locos y tratan de acabar con humanos que yo, como 2001, Terminator, Matrix, Los Bingueros*, etcétera), hasta que vi que, una vez conseguidos los robots que andan como una señora mayor, y juegan a fútbol como si estuvieran borrachos (los habéis visto ¿no? Graciosísimos) lo siguiente ha sido hacer aviones robots para bombardear poblaciones. Y ahí ya mi fe en la raza humana ha flaqueado un poquito. Luego leí una titular que decía que para 2040 los robots cometerían más delitos que los humanos, y me rendí.
*Vale, es posible que Los Bingueros, no. La he puesto para ver si estabais atentos.
¿Os imaginabais un mundo en el que coches automáticos te llevarían al trabajo tranquilamente mientras ibais viendo las noticias o actualizando vuestro Facebook tranquilamente? Pues yo ya no estoy tan seguro de que eso vaya a pasar. Además, parece que los coches autónomos van a producir más mareos que los normales y desde luego no los están diseñando para nada como nos los imaginábamos. O sea, que todo mal.
¿Quiere decir esto que no creo que la conducción autónoma triunfe en el futuro? Pues seguramente, porque hasta los trenes llevan todavía conductor, y eso que van por vías. Imagínate lo difícil que tiene que ser que los coches vayan solos. Por el amor de Dios, si ni quiera en Star Trek las naves son autónomas. Seguramente lo único que conseguiremos es que nuestros coches nos multen automáticamente cuando pasemos el límite de velocidad, que eso sí que lo veo factible. Y que igual me debería pensar el final de los post antes de ponerles título, que eso también.
No esperarías coherencia en un blog que se llama "Noticias desde la Antártida" y no la ha mencionado ni una sola vez para nombrar al continente helado ¿verdad? Besis.
Mostrando entradas con la etiqueta seguridad vial. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta seguridad vial. Mostrar todas las entradas
lunes, 28 de noviembre de 2016
martes, 28 de julio de 2009
Karts test dummies
Hace mucho tiempo, casi ya en otra vida, trabajé en un circuito de karts. Sé que suena raro, pero yo es que he trabajado casi de todo. En realidad realmente era otra cosa, aunque digamos que los karts formaban parte importante de la actividad. Otra parte eran los niños, pero de eso casi prefiero no hablar...
Al empezar la jornada cada día, lo primero que hacíamos al llegar era sacar los karts y dejarlos aparcados en las pistas en ordenada formación. Esto suena divertido, pero la verdad es que solo tenía gracia hasta el tercero, a partir de ahí se empezaba a hacer monótono.
10. Arranca el kart
20. llévalo a la pista
30. vuelve a por otro
40. GOTO 10
En realidad era casi peor guardarlos al final del día, pero ahí ya estabas reventado y no te daba ni para pensar...
El caso es que entre que a mí que no me gusta nada aburrirme y que soy bastante de hacer lo primero que se me ocurre, rápidamente me empecé a aficionar a conducir los karts de maneras imaginativas. De hecho se puede decir que me hice un experto en conducción acrobática de Karts. Mi postura favorita, a la que llamaba el surfer, consistía en conducirlo de pie sobre un lateral como si fuera un monopatín, apoyando un pie delante de la rueda trasera y el otro detrás de la delantera, y cogiendo con una mano el volante y con la otra el asiento. Esta postura tenía gran espectacularidad, con el único inconveniente de que al no llegar a los pedales, para acelerar tenía que tirar directamente del cable del acelerador, que tenía una peligrosa tendencia a quedarse enganchado (hacedme caso niños, no hay que tirar del cable, los pedales están para algo). A esto habría que añadir que desde arriba era bastante difícil encontrar el pedal de freno, por lo que mis compañeros se habituaron rápidamente a verme rodando por el suelo, lo que provocaba gran hilaridad (a los demás).
De todos modos tengo que decir que una de las más gordas no fue culpa mía. Los karts son unos bichos vengativos y seguramente no del todo carentes de sentido de la ironía. Una mañana en que iba perfectamente sentado en el asiento y conduciendo del modo correcto, advertí nada más pisar el pedal del acelerador como el motor se revolucionaba a tope y no bajaba de vueltas. Y esto si que no era nada habitual. Tengo que decir que estos karts eran para uso infantil y de escasa potencia, por lo que algo así no produce ningún pánico (al menos no a alguien habituado a caerse de ellos), pero de todos modos se me planteaba un problema que requería una rápida solución. Y seguramente recién levantado no estaba en las mejores condiciones para tomar una decisión rápida.
Lo habitual ante una situación así -teniendo en cuenta que los frenos eran muy malos y no eran capaces de detener el vehículo con el motor trabajando a toda potencia- hubiera sido dirigir el kart contra los neumáticos de protección del circuito para detener el vehículo con un mínimo de desperfectos, pero resulta que esos neumáticos luego los tenía que llevar yo al sitio y no me apetecía. En su lugar me pareció mejor idea intentar desenganchar el cable del acelerador para poder frenar con normalidad. Bueno, al menos a mí me pareció buena idea. Al tomar esta decisión no valoré convenientemente la situación en toda su complejidad, como luego se verá.
Lo primero era girar el volante del vehículo para dejarlo dando vueltas y que no llegara a impactar contra nada. Lo segundo, ponerme de pie en el mismo y con mucho cuidado desplazarme hasta la parte trasera para alcanzar el principio del cable que estaba situado en justo al final del motor. Los más familiarizados con los fundamentos de la física habrán advertido ya el fallo del plan. Si amigos, la fuerza centrífuga es una perra. El resultado inmediato fue que mis compañeros cuando salieron con la siguiente tanda de karts, me encontraron en el suelo de la pista, dando volteretas hacia atrás. Ahora, lo que de verdad les produjo perplejidad fue ver un vehículo sin conductor dando vueltas en medio de la pista como si estuviera poseído.
Cuando dejé de dar volteretas y se me pasó el ataque de risa, me enfrenté a dos problemas. En primer lugar detener el kart que giraba en la pista como un loco con un mínimo de daños. En segundo lugar y mucho más difícil, explicar a los demás como algo así podía pasar...*
Y esta es la historia de como inventamos el 'Rodeo Kart', una actividad que todavía se practica en algunos lugares de Texas...
(Mis ex-compañeros no me creen cuando le digo que echo de menos aquel trabajo pesado y mal pagado, pero la explicación es que me reía muchísimo...)
Otro día igual cuento la historia de como casi me mato con un Kart de competición...
El mono de la documentación que está en plan gracioso. No, si encima vamos a tener que reirle las gracias. Claro, como es un gorila macho a fricano, se cree supergracioso. Y a ver quién le dice que no...
*Esta historia todavía hoy se recuerda en las cenas cuando nos juntamos de vez en cuando; de hecho creo que se les fue contando a los que fueron incorporándose después de irme yo (sospecho que como ejemplo de lo que no había que hacer), junto con alguna otra más del mismo tipo. Supongo que esto explica que cuando nos juntamos, gente con la que no llegué a trabajar nunca me saluden como si me conocieran... y se rian.
Al empezar la jornada cada día, lo primero que hacíamos al llegar era sacar los karts y dejarlos aparcados en las pistas en ordenada formación. Esto suena divertido, pero la verdad es que solo tenía gracia hasta el tercero, a partir de ahí se empezaba a hacer monótono.
10. Arranca el kart
20. llévalo a la pista
30. vuelve a por otro
40. GOTO 10
En realidad era casi peor guardarlos al final del día, pero ahí ya estabas reventado y no te daba ni para pensar...
El caso es que entre que a mí que no me gusta nada aburrirme y que soy bastante de hacer lo primero que se me ocurre, rápidamente me empecé a aficionar a conducir los karts de maneras imaginativas. De hecho se puede decir que me hice un experto en conducción acrobática de Karts. Mi postura favorita, a la que llamaba el surfer, consistía en conducirlo de pie sobre un lateral como si fuera un monopatín, apoyando un pie delante de la rueda trasera y el otro detrás de la delantera, y cogiendo con una mano el volante y con la otra el asiento. Esta postura tenía gran espectacularidad, con el único inconveniente de que al no llegar a los pedales, para acelerar tenía que tirar directamente del cable del acelerador, que tenía una peligrosa tendencia a quedarse enganchado (hacedme caso niños, no hay que tirar del cable, los pedales están para algo). A esto habría que añadir que desde arriba era bastante difícil encontrar el pedal de freno, por lo que mis compañeros se habituaron rápidamente a verme rodando por el suelo, lo que provocaba gran hilaridad (a los demás).
De todos modos tengo que decir que una de las más gordas no fue culpa mía. Los karts son unos bichos vengativos y seguramente no del todo carentes de sentido de la ironía. Una mañana en que iba perfectamente sentado en el asiento y conduciendo del modo correcto, advertí nada más pisar el pedal del acelerador como el motor se revolucionaba a tope y no bajaba de vueltas. Y esto si que no era nada habitual. Tengo que decir que estos karts eran para uso infantil y de escasa potencia, por lo que algo así no produce ningún pánico (al menos no a alguien habituado a caerse de ellos), pero de todos modos se me planteaba un problema que requería una rápida solución. Y seguramente recién levantado no estaba en las mejores condiciones para tomar una decisión rápida.
Lo habitual ante una situación así -teniendo en cuenta que los frenos eran muy malos y no eran capaces de detener el vehículo con el motor trabajando a toda potencia- hubiera sido dirigir el kart contra los neumáticos de protección del circuito para detener el vehículo con un mínimo de desperfectos, pero resulta que esos neumáticos luego los tenía que llevar yo al sitio y no me apetecía. En su lugar me pareció mejor idea intentar desenganchar el cable del acelerador para poder frenar con normalidad. Bueno, al menos a mí me pareció buena idea. Al tomar esta decisión no valoré convenientemente la situación en toda su complejidad, como luego se verá.
Lo primero era girar el volante del vehículo para dejarlo dando vueltas y que no llegara a impactar contra nada. Lo segundo, ponerme de pie en el mismo y con mucho cuidado desplazarme hasta la parte trasera para alcanzar el principio del cable que estaba situado en justo al final del motor. Los más familiarizados con los fundamentos de la física habrán advertido ya el fallo del plan. Si amigos, la fuerza centrífuga es una perra. El resultado inmediato fue que mis compañeros cuando salieron con la siguiente tanda de karts, me encontraron en el suelo de la pista, dando volteretas hacia atrás. Ahora, lo que de verdad les produjo perplejidad fue ver un vehículo sin conductor dando vueltas en medio de la pista como si estuviera poseído.
Cuando dejé de dar volteretas y se me pasó el ataque de risa, me enfrenté a dos problemas. En primer lugar detener el kart que giraba en la pista como un loco con un mínimo de daños. En segundo lugar y mucho más difícil, explicar a los demás como algo así podía pasar...*
Y esta es la historia de como inventamos el 'Rodeo Kart', una actividad que todavía se practica en algunos lugares de Texas...
(Mis ex-compañeros no me creen cuando le digo que echo de menos aquel trabajo pesado y mal pagado, pero la explicación es que me reía muchísimo...)
Otro día igual cuento la historia de como casi me mato con un Kart de competición...

*Esta historia todavía hoy se recuerda en las cenas cuando nos juntamos de vez en cuando; de hecho creo que se les fue contando a los que fueron incorporándose después de irme yo (sospecho que como ejemplo de lo que no había que hacer), junto con alguna otra más del mismo tipo. Supongo que esto explica que cuando nos juntamos, gente con la que no llegué a trabajar nunca me saluden como si me conocieran... y se rian.
martes, 17 de abril de 2007
Puntualizaciones
Tenía para hoy un post perfecto en el que reflexionaba sobre la vida, el universo y todo lo demás, llegando a unas conclusiones sorprendentes sobre el sentido de la vida. El caso es que... se lo ha comido mi perro.
En lugar de eso quisiera hacer algunas puntualizaciones sobre el bautizo quesufrí tuve el placer de disfrutar el pasado domingo. Ahí van:
Por eso y por un elegante collarín, gentileza del g*l*p*ll*s que piensa que conducir un todo-terreno le exime de frenar cuando se detiene el vehículo que va delante de él.
¿Habrán collarines de superhéroes, para este tipo de eventos? Me gustaría uno de Mignola.
En lugar de eso quisiera hacer algunas puntualizaciones sobre el bautizo que
- no es cierto que el hecho de que te encarguen de grabarlo todo en video sea un puteo; el hecho de tener que presenciar, no sólo la misa completa (en lugar de estar en el bar de enfrente tomando cañas) sino además tener que ir a casa de los padres antes para grabar como bañan al niño ('señor juez juro que me lo han pedido los padres, que yo no soy pediatra ni filatélico ni nada de eso') es un disfrute añadido
- no es cierto que la gente sólo acuda a este tipo de celebraciones para beber grandes cantidades de alcohol; también acuden a otros sitios para eso
- no es cierto que eso de 'porqué no vamos a tu casa para tomar la última' sea una molestia; más bien al contrario estoy encantado de que una ceremonia tan dichosa no termine nunca
- y sobre todo: no es cierto que ver por el retrovisor a un todo-terreno a gran velocidad con las ruedas chirriando mientras trata de frenar, sea una experiencia espeluznante; siempre está bien tener una experiencia cercana a la muerte para apreciar en su justa medida un hermoso día de celebración
Por eso y por un elegante collarín, gentileza del g*l*p*ll*s que piensa que conducir un todo-terreno le exime de frenar cuando se detiene el vehículo que va delante de él.
¿Habrán collarines de superhéroes, para este tipo de eventos? Me gustaría uno de Mignola.
miércoles, 24 de enero de 2007
El Casco
Tengo que confesar que ayer no me tomé la leche y las galletas a su hora.
Esto fue causado por una cena de ex-compañeros de trabajo que provocó dos efectos. El primero que hoy no tenga las neuronas trabajando al 100%, y el segundo, que me hayan vuelto a la memoria algunas anécdotas de la época.
El trabajo en cuestión, del que prefiero no dar demasiados datos por motivos personales, incluía entre otras funciones dar unas nociones de seguridad vial a chavales de edades diversas, desde esos que son muy pequeñitos y muy graciosos, hasta los que tienen la capacidad de darte una paliza si lo consideran necesario. Y si, fue una etapa muy divertida de mi vida.
Tratábamos de adaptar la clase a la edad de los chavales, así que la clase de los pequeños solía ser más suave, pero la de los mayores se hacía un poquito más cruda por motivos de seguridad. Más nuestra seguridad que la de ellos, la verdad, porque la clase luego tenía una parte práctica en la que podían coger un ciclomotor y temíamos por las consecuencias.
La técnica utilizada por el antiguo encargado de monitores para recalcar la importancia del uso del casco era contar un accidente que él mismo tuvo, y que a pesar de llevar casco le mandó un año a una silla de ruedas. Eso le servia para apuntar las consecuencias que hubiera tenido de no haber llevado un buen casco.
Como él era el encargado de formar a cada nuevo monitor que entraba, esta costumbre pasaba, digámoslo así, de padres a hijos, si bien es cierto que con distintos grados de crudeza según el estilo de cada monitor.
Pues bien, ocurrió que yo, que no era partidario de ser especialmente sangriento en mis clases, fui el responsable involuntario de una de los episodios más escalofriantes.
Sucedió que el encargado fue despedido fulminantemente ante la sorpresa de todos y esto provocó un ligero revuelo en la empresa. Tengo que decir que en mi caso estaba ligeramente conmocionado no tanto por el hecho de que fuera despedido, que no voy a entrar a valorar aquí, como por lo inesperado del evento. El caso es que cuando, en un grupo que no era especialmente conflictivo (se cargaban mucho más las tintas cuando se veía venir que el grupo iba a ser peligroso) me puse a contar la historia del accidente, lo hice de la siguiente manera:
-Para que veais la importancia de llevar el casco os voy a contar el accidente que tuvo un compañero de trabajo... -y en este momento hice una pausa mientras me recordaba a mi mismo que ya no se trataba de un compañero de trabajo, así que a fin de no faltar a la verdad añadí:
-...que ya no se encuentra entre nosotros.
Con lo que, completamente ajeno al sentido de lo que acababa de decir, me dispuse a continuar... hasta que ví que absolutamente toda la clase contenía el aliento horrorizada, mientras que mis compañeros estaban al final del aula mirándome desencajados, no sé si por el horror o tratando de contener un ataque de risa.
En ese momento debo reconocer que me detuve un segundo para disfrutar la situación, para luego añadir:
-que ya no trabaja aquí, quiero decir -con lo que estalló una carcajada general de alivio- ¿qué habíais entendido?
Esto me enseñó dos cosas. La primera es que en ocasiones un susto puede provocar una carcajada. La segunda es que las historias impresionan mucho más cuando te las cuentan de primera mano (aunque no hayan pasado como te las cuentan).
Así que ya sabéis, si vais en moto poneros casco. No os vaya a pasar como a mi ex-compañero... y os despidan del trabajo.
Esto fue causado por una cena de ex-compañeros de trabajo que provocó dos efectos. El primero que hoy no tenga las neuronas trabajando al 100%, y el segundo, que me hayan vuelto a la memoria algunas anécdotas de la época.
El trabajo en cuestión, del que prefiero no dar demasiados datos por motivos personales, incluía entre otras funciones dar unas nociones de seguridad vial a chavales de edades diversas, desde esos que son muy pequeñitos y muy graciosos, hasta los que tienen la capacidad de darte una paliza si lo consideran necesario. Y si, fue una etapa muy divertida de mi vida.
Tratábamos de adaptar la clase a la edad de los chavales, así que la clase de los pequeños solía ser más suave, pero la de los mayores se hacía un poquito más cruda por motivos de seguridad. Más nuestra seguridad que la de ellos, la verdad, porque la clase luego tenía una parte práctica en la que podían coger un ciclomotor y temíamos por las consecuencias.
La técnica utilizada por el antiguo encargado de monitores para recalcar la importancia del uso del casco era contar un accidente que él mismo tuvo, y que a pesar de llevar casco le mandó un año a una silla de ruedas. Eso le servia para apuntar las consecuencias que hubiera tenido de no haber llevado un buen casco.
Como él era el encargado de formar a cada nuevo monitor que entraba, esta costumbre pasaba, digámoslo así, de padres a hijos, si bien es cierto que con distintos grados de crudeza según el estilo de cada monitor.
Pues bien, ocurrió que yo, que no era partidario de ser especialmente sangriento en mis clases, fui el responsable involuntario de una de los episodios más escalofriantes.
Sucedió que el encargado fue despedido fulminantemente ante la sorpresa de todos y esto provocó un ligero revuelo en la empresa. Tengo que decir que en mi caso estaba ligeramente conmocionado no tanto por el hecho de que fuera despedido, que no voy a entrar a valorar aquí, como por lo inesperado del evento. El caso es que cuando, en un grupo que no era especialmente conflictivo (se cargaban mucho más las tintas cuando se veía venir que el grupo iba a ser peligroso) me puse a contar la historia del accidente, lo hice de la siguiente manera:
-Para que veais la importancia de llevar el casco os voy a contar el accidente que tuvo un compañero de trabajo... -y en este momento hice una pausa mientras me recordaba a mi mismo que ya no se trataba de un compañero de trabajo, así que a fin de no faltar a la verdad añadí:
-...que ya no se encuentra entre nosotros.
Con lo que, completamente ajeno al sentido de lo que acababa de decir, me dispuse a continuar... hasta que ví que absolutamente toda la clase contenía el aliento horrorizada, mientras que mis compañeros estaban al final del aula mirándome desencajados, no sé si por el horror o tratando de contener un ataque de risa.
En ese momento debo reconocer que me detuve un segundo para disfrutar la situación, para luego añadir:
-que ya no trabaja aquí, quiero decir -con lo que estalló una carcajada general de alivio- ¿qué habíais entendido?
Esto me enseñó dos cosas. La primera es que en ocasiones un susto puede provocar una carcajada. La segunda es que las historias impresionan mucho más cuando te las cuentan de primera mano (aunque no hayan pasado como te las cuentan).
Así que ya sabéis, si vais en moto poneros casco. No os vaya a pasar como a mi ex-compañero... y os despidan del trabajo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)