Era jueves y sin embargo llovía.

Ayer cuando terminé de trabajar, con un todavía intenso dolor de muelas y bajo una copiosa lluvia, me dirigí a una de esas clases absurdas a las que voy y que no me dejan tiempo para lo que realmente me gusta (que es tocarme los h**v*s).
Mientras luchaba contra la tempestad y el intenso tráfico en mi utilitario iba ensimismado (¿enmimismado?) en mis prensamientos:

-Como no encuentre sitio para aparcar pronto me parece que le van a dar mucho a la p*t* clase que yo me piro a mi casa a leer cómics en el sofá con un Cola-Cao calentito hasta que me duela el c*l*.

A medida que me acercaba a mi destino y los efectos del Nolotil se iban evaporando, mis pensamientos se convertían en un mantra que apaciguaba mi ánimo:

-quenohayasitioquenohayasitioquenohayasitio....

Finalmente, a unos 300 metros de mi destino, que se encuentra en pleno centro y en una zona de, digamos, bastante saturación de vehículos:

-Mira, ahí parece que se va uno.

Dios, a pesar de que no existes, se que lees mi blog, así que presta atención:

VETE A LA M**RD*.
Gracias.



Epílogo.

Cuando llegé al sitio en el que pensaba comer, y no es que haya muchos sitios donde vendan cosas blanditas que sean fáciles de masticar para gente que le acaban de quitar una muela del juicio, descubrí que no tenía efectivo y que no aceptaban tarjetas.

Mientras me dirigía al cajero bajo la tormenta (que se había convertido en ventisca), la gente me miraba al ver como yo gritaba al cielo:

-Me da igual lo que cueste, me escuchas? ¡Pienso cazar esa ballena!
¡Moby Dick será mía...!